Un maestro que queda entre nosotros: ante el fallecimiento de Nicolás Caparrós

Begoña Olabarría

Expresidenta de FEAP

 

Hoy, cuando aún me parece que puedo escuchar su palabra, ver su expresión, fijarme en su mirada -tan especial-. Hoy, cuando aún no han pasado más que pocos días de su fallecimiento -el día 21 de este mes de marzo-, puedo ver que tuve suerte: la tuve muy joven, en 1976, psicóloga recién licenciada, cuando buscaba en aquel erial de la formación en clínica y en Psicoterapia que era la España de mitad de los setenta –con sus islas de excepción-, dónde y con quién iniciar mi formación. Encontré un maestro. Cierto, seguro, riguroso, abierto, generoso en la administración y transmisión de su saber, favorecedor de la autonomización, tan alejado del capillismo como del caudillismo.

 

Nicolás Caparrós había vuelto hacía un par de años de Buenos Aires y había creado en Madrid Quipú, un singular Centro de Psicoterapia Psicoanalítica y Grupal, con un pequeño grupo de jóvenes psicólogos a los que había formado. Y abrió un camino de maestro: tratamientos psicoterapéuticos (individuales y grupales), formación en Psicoanálisis y en el Modelo Teórico-técnico del Grupo Operativo, Investigación y “laboratorios sociales”…, una revista (Clínica y Análisis Grupal), y abría una línea de publicaciones y libros que iban dando cuenta de sus aportaciones teórico-técnicas y su investigación psicoanalítica y psicoterapéutica, mientras también apoyaba desarrollos y publicaciones de terceros. Nada había como aquello que él empezó. Tuve una enorme suerte.

 

Más tarde desarrolló y mantuvo en Imago su equipo y colaboradores un camino sin paradas, sostenido, riguroso, sin sesgos capillistas, sin generar dependencias, abierto, profundo.

 

 

Psiquiatra, había dado sus primeros pasos en el Hospital Psiquiátrico de Alcohete, un manicomio marcado por la miseria y el asistencialismo, que Nicolás enfrentó con múltiples acciones de línea antipsiquiátrica. Obtiene plaza en el PANAP –Patronato nacional de asistencia psiquiátrica- y entra en el Hospital Psiquiátrico Nacional de Leganés como Médico ayudante, donde pasa a ser Jefe clínico y finalmente Jefe de servicio. Las condiciones aquí eran mejores que en Alcohete y se abrían camino por entonces terapias de grupo de corte variopinto y técnicas inciertas. Así que sus estancias en Londres abundan y desde el convencimiento de que era preciso “saber-hacer” en clínica (“Me adentré en el psicoanálisis a través del enfermo”), hace su formación analítica al tiempo que se aproxima a la rigurosa labor que se desarrollaba con psicóticos en Kingsley Hall, una de las experiencias más radicales en el tratamiento de estos pacientes. Como Assistant del Hospital Maudsley, coincidirá en 1968 con J. Berke, R. D. Laing, D. Cooper, A. Esterson y M. Schatzman. Con ese bagaje formaliza en el pabellón de hombres de Leganés las terapias de grupo manteniendo su preocupación e interés por la ideología y la problemática social en el Psicoanálisis, y así en 1969 en Roma, participa en la fundación de Plataforma Internacional como un modo de articulación de respuesta a la Internacional de Psicoanálisis, sobre todo en lo concerniente a la orillada problemática social, junto a Armando Bauleo, Marie Claire Booms, Hernán Kesselman, Emilio Rodrigué y Berthold Rorschild.

 

Asentó pronto la idea de que las terapias farmacológicas -que sí pueden ser herramientas-, son pseudoparaísos artificiales si no saben contribuir a lo central: la elaboración psicoterapéutica. Unos pseudoparaísos de quienes prescriben jugar con el sufrimiento como lo más natural para mantenerse en él, para no cambiar, porque en realidad ni creen ni buscan ni ejercen para el cambio. Así que asumió la responsabilidad de sostener lo que no queremos que se nos arrebate, con excusas y artimañas, en nuestros ámbitos de encuentro organizados y asociativos.

 

 Al inicio de los años setenta renuncia a su Jefatura de Servicio en el Hospital Psiquiátrico de Leganés y para abrir pensamiento y práctica clínicas sale a ejercer e intercambiar en Buenos Aires, donde entra en relación con Ángel Garma, Pichon Rivière (a través de Bauleo y Kesselman), Marie Langer … que en poco tiempo se convierten en colegas y amigos entrañables.

 

Y a continuación, volver: Le importaba la clínica en sus diferentes planos, comprender, explorar, estudiar, elaborar, transmitir…

 

Pronto establece la idea de vínculo, que se convierte en vértice desde el que desarrollar nuevas elaboraciones y hallazgos que van siendo fundamentales para entender el trabajo del grupo desde el modelo analítico-vincular: Emergente, Tarea terapéutica y Vínculo.  Así se refleja en los dos tomos que conforman la Psicopatología analítico vincular (una conceptualización dinámica a partir de la estructura de los tres núcleos básicos de la personalidad) en 1992 o poco después en Tiempo, temporalidad y psicoanálisis (1994), donde deja establecidas cuestiones que en su importante y última obre (4 tomos), Viaje a la complejidad retoma desde nueva perspectiva. Entre ambas,  Correspondencia de Sigmund Freud, Orígenes del psiquismo. Sujeto y vínculo de 2004 (“Somos lo que el vínculo hace de nosotros”) o  El proceso psicosomático. El ser humano en el paradigma de la complejidad (2008), Ser psicótico: Las psicosis ó Migración, racismo y poder en 2010,  para a continuación recorrer como red conceptual: evolución - vínculo - comunicación - lenguaje - símbolo, en Del vínculo a la palabra (2012).

Son sólo algunos de sus textos, que se acompañan de otros muchos, algunos colectivos, pues Nicolás Caparrós elaboraba continua e incansablemente dejando una obra marcada por la brillantez y el compromiso. Seguramente los cuatro tomos de Viaje a la Complejidad , sus últimos libros, que coedita y en  que participan unos pocos autores más, supone un salto cualitativo que a la vez da cuenta de su profundidad.

 

Clarividente, adelantado de su tiempo, había buscado salir de las pautas del hastío grandilocuente y hueco del discurso psiquiátrico preponderante y miserable en lo clínico-asistencial. También dio la espalda a la frecuente práctica del “paseo” por los diferentes modelos teóricos como práctica de incorporación de una pseudoformación sumativa y estéril.

 

Nicolás Caparrós apostó por generar desarrollos de una clínica rigurosa, un pensamiento profundo, elaborado, aportador, una articulación teórico-técnica de altura y, al tiempo, crítica como ejercicio psicoterapéutico. Y lo hizo transmitiéndolo, ejerciéndolo. Deja así una huella imborrable entre nosotros de gran maestro. Un maestro seguro, accesible, exigente consigo mismo.

 

Por suerte para todos, este hacer en Nicolás, es anterior y periférico a las categorizaciones historicistas y a la tendencia a asociarse con partículas resignificadoras de mezclas ominosas. Se deleita en sus desarrollos profundos y creativos, sin vanidad ni jerarquías. Observa, analiza, elabora.

Un observador que se embriagaba ya de niño explorando cuevas de la Almería de su infancia por el propio hecho de explorar/observar.

 

 

Él sabía reconocer y revelaba la dimensión construída de toda forma de clínica psicoterapéutica rigurosa sabiendo connotar una forma de disidencia respecto a los seguimientos de lo dominante en cada momento, abriendo camino a las líneas teórico-técnicas que llegarían después.

Su Centro Imago Clínica Psicoanalítica, pensado para la clínica, la investigación y la docencia, como un taburete de tres patas que a su vez era objeto de reflexión, estaba alejado de muebles necios, era la antítesis de una morada del aburrimiento, de la repetición litúrgica de discursos supremacistas de lo psicoterapéutico como escuela cerrada, hoy tan abundantes y que con disposición implacable parecen reasumir brutales dictaduras desérticas de pensamiento.

 

Nicolás Caparrós también vivió crisis en su contexto profesional. Pero las crisis vividas desde su fundacional apertura, dieron paso a crecimientos múltiples donde no se instauraba otra cosa que no fuera la multiplicación de desarrollos en dinámicas abiertas. Fue clave el talante, la bonhomía, la serenidad, la autonomía intelectual de Nicolás para ello.

 

 Independiente versus aquellos que en nombre de la psicoterapia,  servían a otros, como antes a Dios o a la aristocracia, ahora al comercio, a la mercancía psicoterapéutica. Él decretaba la autonomía de la psicoterapia, su “lógica interna”, trabajaba sus temas, métodos y formas como fin y aportación en sí mismas.

 

Creo no equivocarme al decir que Nicolás Caparrós ha sido y es figura fundamental de la Psicoterapia en nuestro país y fuera de nuestras fronteras. Psiquiatra que ha renegado de los valores de lo dado, dotado de una elegancia intelectualmente peligrosa por su agudeza crítica y su independencia. Un poco extranjero en su propio país, madrileño y almeriense, era capaz de ejercer la disidencia frente a lo establecido perverso y espurio. Aportaba, nutría.

 

Nicolás deja huella profunda de su magisterio entre nosotros y en sus pacientes. Una memoria emocionada.

 

En Madrid, a 28 de marzo de 2021

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